miércoles, 11 de septiembre de 2013

JEAN CHALON


El pasado junio con motivo de un recital que organizó el Ayuntamiento de Navajas de la mano de José Antonio Torres, tuve el gusto de conocer a JEAN CHALON, francés de Carprentras (Vaucluse), escritor enamorado de Navajas (Castellón). Me dedicó un hermoso diario que comprende sus vivencias desde 1973 a 1998 en la citada villa castellonense donde ha pasado gran parte de su vida.

   Ha obtenido numerosos premios literarios y ha escrito numerosas biografías de personajes femeninos: George Sand, María Antonieta, Santa Teresa de Lisieux, etc. En el libro “Diario de Navajas”, del que a continuación seleccionamos varios párrafos, muestra con exquisita sencillez su amor por los árboles, las nubes, y la naturaleza en general; por al vida y por las cosas sencillas  con una bondad extraordinaria y con un estilo fluido y poético que permite leer el libro en una sentada aunque es aconsejable darle algún repaso para saborear su filosofía de la vida.

   Gracias Jean por tu amor a nuestra tierra y por el regalo que nos haces con tu presencia y fidelidad a ese rincón castellonense.

Párrafos seleccionados:

Pasamos la vida matando el tiempo que toma su revancha, al fin, matándonos.

Me abandono a todos los laceres del día de los que el principal es no hacer nada.

Incluso en la basura una rosa sigue siendo una rosa.

La rosa celestial de tus dedos será la última flor del universo, amor mío.

Me prometo no tener más que paciencia y compasión para quien me exaspere. A fin de cuentas, ¿no soy yo solo el que decide estar exasperado o alcanzar ese extremo?

Quería decirte que te amo. Pero te amo demasiado para despertarte a las cinco de la madrugada.

El viento en los árboles y el agua en el arroyo hacen una canción de la que quisiera comprender las palabras…

Cada día hacer el bien, o, más modestamente, tratar de no hacer el mal.

Lo que las mujeres ignoran es que los hombres no aman el amor. Les gusta follar, eso es todo. Al socaire de esta confusión, cuántas mentiras y desdichas.

Esos minutos que se creen perdidos en contemplar las flores de la mañana son los mejores del día.

Los chinos dicen que el pino y el bambú son los amigos de los hombres porque permanecen verdes durante el invierno para hacerles compañía.

Es inútil coleccionar obras de arte: una rama de hinojo seco cogido al borde del camino es tan bello como cualquier escultura. Dios es el mejor de los escultores.

Nos damos cuenta de que amamos verdaderamente a alguien cuando encontramos en sus ronquidos algo de musical, de tierno, de celestial.

(…) basta con soplar  en la flor del cardo maduro para producir ángeles…

Y el cielo tan azul, tan azul que uno querría poder bañarse en él.

El viento de la mañana lava mejor que cualquier jabón. Su ligereza me vuelve, momentáneamente, ligero.

La fuente de lágrimas que se creía seca renace siempre en cualquier parte.

Amar las nubes, estar en la luna, tener la cabeza llena de cielo, ¿a qué pedir más?

La ociosidad me cansa más que la actividad extrema.

Cuando haya perdido mi sobra y sea sombra entre las sombras, el recuerdo de tu sombra bien amada será mi luz eterna.

El cigarrillo, el vaso de bebida que se otorga a los condenados a muerte, puede ser también de una gran ayuda para los que están condenados a vivir.

Sobre un árbol muerto un pajarillo gris me dice: “tchek”. Contesto cortésmente a mi vez, “tchek”. Así empieza un dúo que aún seguiría si yo no le hubiera puesto fin. Cuando me he ido el pajarillo no se ha movido de su rama, pero se ha quedado mudo. No sé qué es lo que nos hemos dicho durante nuestro intenso diálogo.

Durante el sermón, el cura dice: “Somos las víctimas de nuestras debilidades”. Desgraciadamente, no ha dicho cómo no ser víctima.

¿Por qué tanto preocuparnos del infinito y de lo eterno cuando sabemos que somos limitados y efímeros?

La muerte debería ser una fiesta, la última. Se debería dejar la vida, como preconizaban los antiguos filósofos, como se deja un banquete.


El tempo está medido para el hombre, no para Dios. Perder el tiempo deberá estar catalogado en el rango de los pecados mortales.

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