martes, 6 de febrero de 2018

ELENA TORRES EN POETAS EN EL ATENEO


MAL DE MAR

(CUANDO SINTIERON AQUEL VÉRTIGO LES ABARCÓ UNA CERTEZA:
LOS DÍAS DE CALMA SE HUNDÍAN EN LA PLEAMAR DEL DESEO).

Desde la orilla de la entrega
las velas del destino
se izaban como un azul presagio
declinando horizontes
como fanales de lo inmenso.

Durante unas fracciones de segundo
se adentraron en túneles
de agua transparente
dejándose arrastrar
por sus convulsos juegos sin estela.

Dunas de soles
salpicaron de yodo ardiente
sedientos párpados
y un cristalino asombro se abrumó
en la dulce sal del aliento.

Algas oscuras como besos
se enroscaban, resbaladizas,
por su carne cobalto
y el arrecife de las bocas
se recubrió de corales negros.

Y fue un ávido delirio
de mar y manos,
un desnudo destello
que formaba en el fondo
corrientes verticales.

El placer lanzó su sedal templado
sumiéndolos en su impostura
hasta sacarlos como peces
que se agitan, exhaustos,
en la cala de los sentidos.

Y tendidos bajo un cielo incolmable
creyeron respirar a salvo,
mientras un turbio anhelo se anegaba
en una oleada de sangre
que los devolvió al océano

(CUANDO SINTIERON AQUEL VÉRTIGO LES HUNDIÓ UNA CERTEZA:
LOS DÍAS DE FUEGO SE AHOGABAN EN LA BAJAMAR DEL ADIÓS)

Contar las olas no bastaba.
Su sordo estruendo,
sus golpes húmedos,
no dejaron huellas profundas
al romperse sobre las rocas.

Abrir los ojos no fue suficiente.
Hostiles gotas los cegaron
bajo el salubre espejo de la luz
diluida en crepúsculo,
ardida en carnal firmamento.

No vieron enturbiarse el aire
con la calima de sus lágrimas,
ni el hálito de su saliva
volverse negra marejada
en el abismo de lo incierto.

El mal de mar les sobrevino
como la sensación contradictoria
de volver a ser lo que fueron.
Un afán engañoso les indujo
al más débil desequilibrio.

Fue un naufragio de nadie,
como un mensaje a la deriva,
como restos de nombres grabados
en un trozo de madera que flotan
hacia un final ceñido a lo inasible.

El brusco oleaje del mar
depositaba, con recelo,
sobre la arena de la playa,
sus dos cuerpos varados,
ebrios de piel y espuma.

Marzo fue un navío zozobrado
en el vaivén añil del miedo.
El azar, una inmersa despedida.
Y los guijarros de la soledad,
desencuentros devueltos a su costa.

No hay comentarios: