miércoles, 18 de abril de 2018

JUAN RAMÓN BARAT EN POETAS EN EL ATENEO, EL 26-04-18



SOL DE LA INFANCIA

A Antonio Machado

Tenía doce años. Tal vez trece.
Y creo recordar que era feliz.
La vida transcurría
entre huertas y establos
y gentes campesinas.
En aquel escenario de miseria
el instituto era un oasis de luz.
Madrugada, mochila, compás y cartabón.
El olor de la tiza y de los libros
tenía algo de magia para mí.
Todavía recuerdo a aquella profesora
que leía en voz alta
-labios rojos, zapatos de tacón,
cabellos como el trigo-
los versos de Machado
mientras se paseaba por el aula.

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Y aquella transparencia heptasilábica,
el contoneo dulce de los versos,
se me iba metiendo lentamente en el alma
sin que me diera cuenta.

El agua de la fuente,
resbala, corre y sueña.

Yo cerraba los ojos
y dejaba que el agua de Machado
corriera por los surcos
de mi imaginación
como un río de luz anaranjada.
Después del instituto,
otra vez el estiércol,
el trabajo en la huerta,
la lluvia de los días.
Pero en la soledad oscura de mi cuarto,
cuando me retiraba por las noches,
a la luz macilenta de una pobre bombilla
yo leía los versos de Machado
una vez y otra vez,
en voz baja, lo mismo que una extraña oración.

Lejos de tu jardín quema la tarde
inciensos de oro en purpurinas llamas.

Han pasado los años. No recuerdo
el día en que empecé
a escribir redondillas, romances, serventesios,
proverbios y cantares.
Poemas que llevaban la semilla
-con permiso de Bécquer y Jiménez,
de Lorca y de Neruda- de un humilde
profesor de francés
llamado don Antonio Machado, un hombre bueno,
republicano y sabio.
Ya no soy aquel niño
que ordeñaba las vacas y cavaba en la huerta.
El niño que miraba con ojos inocentes
la hermosura de un mundo sin confines,
a la medida exacta de sus sueños.
Muchas veces me siento a meditar
en un banco cualquiera
de una plaza cualquiera,
a la sombra de un álamo o a la orilla de un río.
Empiezo a comprender
que la vida de un hombre
se escribe con la tinta de sus primeros años.
Alzo al cielo los ojos.
El aire que acaricia las copas de los árboles
me trae en su monodia
el verso más hermoso, más sencillo, más triste
que escribiera Machado:

Estos días azules y este sol de la infancia.

A veces me pregunto
cómo puede caber en un alejandrino
el corazón de un hombre.

4 comentarios:

Soytumami dijo...

¡Qué certero comentario! Que la infancia se nos queda grabada y vive "en y con nosotros" Precioso poema.¡¡Felicidades!!

vicente barberá albalat dijo...

Gracias SOYTUMAMI.

Celebro que te guste. Si vives por aquí sería muy grato saludarte el día 26 en el Ateneo.

SUSANA BENET dijo...

Maravilloso poema. Gracias,

vicente barberá albalat dijo...

Gracias a ti, Susana.

Te echamos de menos en el acto. Un abrazo muy fuerte.